Trabajar para poder vivir no es lo mismo que vivir para trabajar; pero al final, desde hace muchos siglos, siempre se ha trabajado para el Estado y éste te ha dejado vivir. ¿No es el IRPF un contrato laboral paralelo. Heredero de los diezmos, ahora elevados al 30 o 40%, con más obligaciones que derechos del trabajador?
Los remedios a esta situación social han oscilado entre los que querían que todo fuera estado, y hemos comprobado durante un siglo que no han facilitado el progreso económico ni las libertades; y los que huyendo del estado intentaron aproximarse al anarquismo, que tampoco ha sido una solución. La enseñanza de esos errores que hemos sufrido durante el siglo pasado, es que si el Estado es omnipresente debilita el desarrollo económico porque destruye la libertad y dispone de las personas, de la mayor parte de su vida útil. Quizá sea un camino buscar el punto intermedio: la existencia del estado, pero sin que se note.
Ahora puede ser ese momento oportuno para convertir la entelequia en realidad. Para cambiar el trabajo, base fundamental del estado, desde castigo divino, tormento existencial, o flagelo estatal a herramienta del ser humano. Para cambiar el curso de la historia del trabajo alumbrando una nueva era en la que el Estado deje de ser rector y beneficiario último de todas las relaciones laborales.
Sería otra ocasión perdida no utilizar la ebullición que presagia el cambio social, para comenzar una reforma de la relación del ser humano con el trabajo que permita a cada persona decidir con más protagonismo que el de: lo tomas o lo dejas, determinado, directa o indirectamente, por nuestros políticos, sindicatos y patronales, conforme a parámetros periclitados, despersonalizados, acordes con sus públicos o privados intereses, que han imperado durante el último siglo. Es la oportunidad de dar protagonismo a la persona, frente a la colectivización que ha dominado más tiempo que el siglo pasado. Es la oportunidad de renegar del engaño de una solidaridad generadora de desigualdad, de ineficiencia e improductividad. Necesitamos ir prescindiendo del Estado, caminando hacia ese nirvana social que dijo Borges: “algún día nos mereceremos no tener gobiernos”. O, por lo menos, que no se note. Una reciente investigación del Banco Central Europeo analizando los datos de más de 100 países observó que el gasto público es inequívocamente perjudicial para el buen desempeño económico de cada país. Y esa acción pública no iguala sino que desiguala.
Dice nuestro diccionario que trabajar es ocuparse de cualquier ejercicio, obra o ministerio. Sin añadirle ningún aditamento que lo califique o determine, como han venido haciendo, en todos los tiempos, las peroratas políticas en sus matizaciones sociológicas.
Comenzó el ser humano por considerar trabajo el ejercicio u obra de los esclavos: no era trabajo lo que hacían los no esclavos aunque hicieran lo mismo que ellos. ¿En qué se diferenciaba? En el tipo, la dosis, y la obligatoriedad: uno mandaba y otro obedecía. Ahí, posiblemente, está la raíz de todos los matices que han ido creando diferencias en el concepto del trabajo. Desde entonces hasta nuestros días la obligatoriedad de su realización, la repetición periódica obligatoria, y, unos siglos después, su relación por un salario han sido los parámetros de medida de lo que se considera trabajo; sin importar la distinción entre físico o intelectual.
Pasó el hombre, de esclavo a liberado; y no dejó de ser obediente sin condiciones: obediente al amo, al Rey, al Sr Conde, al Sr. Marqués, al presidente de la república, al tirano, al Administrador… y siempre al Estado; ese terrorífico poder nacido en los campos de batalla, últimamente sustituidos por las urnas que impone sus leyes,. Mismos perros con diferentes collares que han ido suavizando, con el paso de los siglos, las relaciones laborales borrando la esclavitud sin dejar de existir amos que controlan el trabajo, y su valor, directa o indirectamente, a través de los impuestos.
Con el paso de los siglos, el Estado, ha ido cediendo pizcas de libertad: una parte del dominio sobre las personas, y algo del control de las herramientas del trabajo, a cambio de establecer más cargas sobre esos bienes cedidos, contrapesando libertad con el pago de impuestos. Condicionamiento de la libertad que ha mantenido muchos siglos unido a la dependencia militar, denominada vasallaje hasta la Edad Media, y servicio militar hasta hace unos pocos años.
El conde, el duque, el administrador, el recaudador de impuestos, el ministro de turno, que comenzaron administrando las tierras del rey conquistadas con la sangre del vasallo, recibía el quinto o el diezmo de lo cosechado por esos trabajadores “libres”. Retiraba sus beneficios “por el trabajo de controlador” y sin haber tocado un tormo de la tierra daba al Rey el resto…o lo que le pedía. Porque de él dependían las leyes que le permitían atesorar riqueza sin ser productivo.
El ingenio favoreció la proliferación de las labores artesanales y estas el crecimiento del trueque sobre el que el amo y señor tenía dificultades de medrar y establecer el quinto o el décimo de lo producido; así es que junto a la llegada de la Edad Moderna comenzó a introducirse, impulsado o favorecido por el mandatario de turno, el salario en las labores artesanales. Al mismo tiempo que sumía como trabajo esas labores artesanales guillotinaba el trueque que obligaba a ser productivo para poder participar en el trueque, distorsionaba los controles productivos, y los impositivos.
A finales del s.XIX se quiso introducir una forma del trabajo en cooperación, o colaboración, coincidiendo con el auge de los sindicatos, en el que, en su comienzo, los trabajadores participaban en los beneficios. Formato repudiado, sobre todo en España, por los sindicatos que siempre han visto con mejores ojos formar parte del aparato mandatario y que los controles de los salarios y beneficios empresariales pasen por sus controles y cuentas sindicales antes de llegar a los trabajadores.
Con estos preámbulos quiero significar que el trabajo ha tenido desde los tiempos bíblicos “ganarás el pan con el sudor de tu frente” una relación con el castigo, la imposición, la obligatoriedad, el condicionamiento de la libertad personal por la batuta del que manda sea amo, rey, conde, marqués, duque, estado dictatorial o republicano. ¿No siguen acogiendo la mayoría de los trabajadores la jubilación (progreso social, controlado por el Estado y los sindicatos en función de sus necesidades políticas) como una liberación?
Sigue siendo trabajo el ejercicio realizado de forma diaria, obligatoria y con salario; y sólo tiene derecho a decir que descansa el que ha realizado alguna forma de ese trabajo, físico o intelectual: y siempre después de haber pagado los impuestos correspondientes.
La historia siempre ha sido la misma. El poder, lo ejerza quien lo ejerza, ha vivido y vive de la subyugación del ser humano por la fuerza, por los impuestos o por ambas cosas. De ahí que siempre haya candidatos ilusionados con poder entrar en ese círculo divino donde se trabaja sin trabajar de la Administración; incrementando esas necesidades de impuestos que ahora velan enarbolando el caramelo de las prestaciones sociales: jubilación, educación y sanidad; hasta que han topado conque ese gasto público tiene un tope: la productividad y ese gasto perjudica sistemáticamente el aumento de la producción, con independencia del tipo de país que se estudie [países de la OCDE, emergentes o en desarrollo] según un reciente informe de la Fundación Heritage (LD 2/04/13)
Erróneo planteamiento económico en el negocio estatal de la seguridad social de las pensiones cuyas consecuencias estamos sufriendo actualmente. Han recurrido al poder del Estado sobre la vida de los actuales pensionistas, extendiendo el velo del solidario reparto social, para tapar la apropiación de parte de unas cotizaciones obligatorias substraídas durante toda la vida laboral.
Educación y sanidad son los otros pilares, también con pies de barro, que han sostenido España, durante más de medio siglo, cerrando progresivamente las gateras de libertad que quedaban entreabiertas en el telón que tapa el control del trabajador por el Estado.
Antiguamente, en la universidad, se podía ir a clase de oyente, sin estar matriculado y se podía examinar y obtener la titulación universitaria examinándose por libre. El progreso socializante del siglo pasado cerró esas gateras de libertad y las sustituyó por las becas; plagadas de condicionamientos políticos. Se ha coartado la libertad del individuo ocultando el control estatal del acceso a la educación detrás de un igualitarismo muy cuestionable.
El socialismo que es, todavía en España, el desideratun de la creación de impuestos y del control estatal de la sociedad, ha hecho desaparecer la ancestral consideración del médico como profesional liberal; controlando el ejercicio médico y eliminando las diferencias salariales que la libre competencia había establecido en el médico desde que aparecieron los primeros médicos sobre la tierra. Se fomentaba la competencia intelectual que es enemiga del socialismo. Lo sustituyó por un salario estatal y los complementos: todos de control y correlación política. El progreso social de una sanidad derrochadora, sin topes económicos, se ha cobrado en España la libertad del médico y del usuario; y ahora hace aguas económicamente. La primera consecuencia de ello ha sido que el médico con espíritu competitivo se esfuerza más en sus relaciones políticas que en sus habilidades científicas y laborales para conseguir un cambio de categoría que le aporte un incremento salarial, un nuevo complemento. Y así hemos llegado en España a ser campeones mundiales en el reconocimiento estatal de especialidades médicas; desplazándonos al número 23 en la clasificación mundial de sistemas de asistencia sanitaria pública. ¿Florecerían como hongos las apelaciones al intrusismo si el salario reflejara el qué y el cuanto se hace en lugar del puesto de trabajo?¿No es el poder político quien mantiene la soterrada lucha por invadir especialidades creando nuevas sin encontrar oposición alguna, ya que no influye en los salarios?
Cobrando lo mismo dentro de cada nivel salarial estatalmente establecido, el médico que forma parte del poder ha ido buscando la manera de dispersar funciones: más especialidades, más limitación de funciones, consecuentemente más personal, más puestos de trabajo; que en la organización piramidal de la asistencia pública se traduce en más jefaturas, más burocracia, más posibilidades de acceder a otro complemento, más poder, menos esfuerzo intelectual, menos responsabilidad cualitativa, más control social...y menos libertad para la tropa de profesionales y usuarios.
La tercera consecuencia deriva de la anterior: la salud es cara, y como todo lo que se vende en una economía globalizada, su precio final no es lo que cuesta sino a lo que se puede vender; que en la sanidad pública no liberalizada, es: ¿cuanto puede hacerse que cueste?. La coletilla del sin ánimo de lucro cacareada en la exhibición de la socialización del sistema desde su fundación hace 80 años, brilla por su ausencia en todas las relaciones externas y suministros que se hacen con la sanidad pública. Y no hay que escarbar mucho para encontrar el lucro desmedido y hasta corrupto. A partir del coste de producción todo son valores añadidos que incrementan muy poco su repercusión sobre la salud poblacional; algo que ya estableció la OMS hace 35 o 40 años.
La crisis económica ha puesto de manifiesto lo que ya veníamos manifestando desde hace 40 años: que el gasto en asistencia sanitaria tiene unos límites que deben procurarse conservar entre esas líneas que permitan resguardar los niveles de salud conseguidos ya en el siglo pasado; medidos por referencias serias(mortalidad infantil, control de enfermedades invalidantes, envejecimiento, mortalidad por infecciones, etc) eliminando toda la orquestación periférica que no aporta a la salud más valor que la carísima coreografía perfectamente orquestada por todos los vividores parasitarios de ella.
La gran tarta de la asistencia sanitaria son los usuarios y tiene unos límites volumétricos y económicos, en los que incide enormemente la cantidad de Estado, de burocracia, y la negativa de todos los gobiernos nacionales a liberar su acceso. Seguir dejando su reparto en manos de las decisiones políticas nos ha traído esta hipertrofia de comensales y controles cuyas consecuencias económicas ha sido siempre un incremento anual de los presupuestos superior a los incrementos del PIB. Durante muchos años se fueron compensando con recursos a las devaluaciones monetarias; que siempre han ido empobreciendo a los más pobres con el silencio de los sindicatos; o a esa engañosa ingeniería financiera que ha sido la causa de nuestra actual crisis económica. ¿Y después qué?
Refiriéndome exclusivamente, dentro del mundo de las relaciones laborales a la asistencia sanitaria, cambiar el curso de la historia del trabajo es progresar en la libertad del usuario y del personal asistencial hasta sentir el usuario el valor de sus decisiones, y el profesional el trabajo como una satisfacción individual, intelectual y laboral, como una forma de vida en plenitud; es competir en eficiencia dependiendo exclusivamente de las decisiones personales: en los horarios de trabajo, en los días laborables y en las formas de participación en esa labor conjunta que debe ser el fruto de suma de labores individuales y no resultado de agrupamientos impuestos con carácter nacional o autonómico. Un cambio radical en las relaciones laborales que debería ir unido a un cambio individual en la asignación de salarios según la productividad, con eliminación del IRPF; y no por decisiones políticas y sindicales encubiertas en objetivos a cumplir.
Miguel López-Franco Pérez. Marzo 2013