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Mi enfermera comunista

Publicado: 17 de mayo de 2011
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Desde su fundación, en la asistencia sanitaria publica española hay unas normas, que dudo estén escritas en alguna parte, pero se vienen cumpliendo con inexorable exactitud (salvo en la época de gobierno del PP donde se mantuvo en sus puestos a casi todo el personal directivo anterior); toda persona que ostenta alguna jefatura tiene que atesorar un bien político predilecto: cierto grado de afinidad a esa trasnochada catalogación española de izquierda, en contraposición a la otra, también trasnochada, de derechas, menos notoria por su escasa presencia en esa institución.

Consecuente con lo antedicho, en los más de treinta años que llevo en mi actual puesto de trabajo no he conocido otra jefa de enfermería (puesto político) que la actual. Sin embargo, el número de enfermeras que han ido cambiando, a lo largo de esos años en mi consultorio, ha sido, más por suerte que por desgracia, casi infinito. Cambios siempre motivados por necesidades laborales, según la jefatura y, aparentemente, en muchas situaciones, por caprichos organizativos de la jefatura.

Respetar y valorar los valores comportamentales de la persona humana como primordial conducta, personal y laboral, nunca ha estado bien visto en España. No acierto a comprender porqué durante la dictadura esa preferente formación personal era ser de izquierdas y ahora es ser de derechas; incluso “carca” en mentes con escasos recursos clasificatorios; está más en función de desde donde te ven que a donde estás: pero sin quererlo, tengo la impresión que en ese balanceo externo me han movido continuamente, anatematizado, más o menos, ante los ojos de mis superiores laborales, diferentes personas pero siempre los mismos, durante estos últimos treinta y tantos años.

Tuvieron que pasar algunos cambios de enfermeras en mi consultorio para darme cuenta de la forma en que sus primeras actuaciones venían marcadas por una uniformidad en el comportamiento, cuya única selectiva variante, era su duración en el tiempo y en función de su capacidad de convivencia. Distinguir entre los consejos-ordenes que le daba la jefatura de enfermería y la organización de la consulta, que era el campo diario donde había que estar presente, y convivir conmigo; a veces costaba muchos meses, incluso todo el tiempo de su permanencia, que en estas situaciones han sido los más largos. Estaba en función de la aquiescencia de la neófita.

La medicina, el acto médico, tiene en la libertad del individuo, medico o paciente, uno de sus mayores baluartes; de ahí que la tan izquierdosa como deseada funcionarización del acto médico haya chocado siempre con los comportamientos médicos genuinos. Horarios rígidos de entrada y recortados de salida, independiente de las necesidades del trabajo aparecidas en el transcurso de la consulta. Número fijo de pacientes por hora de trabajo, procurando comprimir la atención para que no falte tiempo al final (porque la enfermera ha de irse quince minutos ante de la hora oficial de terminar la consulta). Funciones laborales rígidamente obedecidas sin la menor concesión a las circunstancias del paciente; son consubstanciales a toda funcionarización. Características del funcionario que, en la asistencia sanitaria, repercuten en la convivencia: sobre todo cuando teníamos 18 pacientes citados para ver en dos horas de disposición del despacho y de enfermera.

Algunos días, con el pensamiento algo retorcido, quería ver en el corto o largo tiempo de permanencias en mi consulta de algunas enfermeras, su falta de acomodo a mi horario de terminación de la consulta, o a las pequeños cambios que introducía para mejorar la atención de las listas de espera, o en la forma de ir pasando a los pacientes; con más claridad que una malévola intencionalidad política. Yo estaba allí para ver pacientes y todo lo demás era secundario. Aunque el margen de maniobra fuera escaso y siempre podía aparecer el recurso: “la dirección” no permite hacer esto; o el “tiene que pedirlo por escrito a la comisión de”… que equivale a lo mismo; marcando los canjilones por los que la dirección política dice debe discurrir tu actuación laboral.

Llevaba muchos años con esa ambivalencia temporal, periódica, entre tensión y distensión cuando, un día, apareció en mi despacho la jefe de enfermería para anunciarme la colocación de una enfermera definitivamente fija en la atención de mi consulta… y me presentó a Rosa. Era el primer acto llamativo tras tan repetidos procesos de cambio. Hasta entonces, cada enfermera me presentaba el día precedente a su sustituta. Hoy, venía “la jefa” a presentarla; algo iba a pasar.

Iniciamos la consulta al día siguiente con los tanta veces repetidos despistes comprensibles de toda novata, y el mismo repetido comportamiento ante la última situación del día. Llegados a las 14,45h volvimos a tener la misma funcionarial trifulca que con muchas (no todas, afortunadamente) enfermeras había tenido desde que mi horario de trabajo no tenía la frontera de otro colega esperando que dejara el asiento vacante para que comenzara él su consulta: cuyo origen estaba entre las instrucciones laborales dadas en la dirección de enfermería:

-¡Me tengo que ir!
-Bien. Avise a “la Jefa” y que envíe otra compañera para sustituirle.

-¡Eso no se puede hacer!
-Salga al pasillo y comunique a los pacientes, que están esperado desde hace una o dos horas, que no podemos seguir; porque Vd se va. Yo no sigo sin enfermera por lo que pueda pasar

-¡Eso no lo hago!

- Pues se queda. Mañana lo arregla con “la jefa” para futuras situaciones similares. Nos iremos, hoy y los días sucesivos, al acabar la consulta de los pacientes citados ¡que yo no he citado! sea antes o después del horario establecido. Es la única capacidad operativa en la que puedo participar en beneficio a los pacientes, y muy limitadamente.

Por repetida la situación ya conocía el arreglo, que nunca me llegó directamente ¡Que vaya más rápido! Ninguna enfermera tuvo la cortedad mental de transmitírmelo directamente, sabedoras de que en la lentitud de esos días tenía mucha influencia su noviciado en la consulta.

Sin más conversación que la estrictamente necesaria pasaban varios días sucesivos con el mismo intercambio de frases al final del día.
Disminuyendo progresivamente el tono, intercalando algún día de finalizar la consulta antes del final del horario, que patentizaba la posibilidad de cierta flexibilidad, e iniciando diálogos de convivencia, intercambios de pareceres, nos íbamos conociendo al tiempo que aparcando las influencias de la nefasta dirección. Sembrando tolerancia, solía iniciarse la expectativa del cambio de la enfermera; en cuanto veía fumata blanca desde la dirección de enfermería.

Por ese trillado camino fui conociendo a Rosa y el posible verdadero motivo de su efusiva presentación: era más “izquierdosa” que todas las anteriores: casi, o sin casi, comunista de pensamiento (no sé si de filiación) con todos los fundacionales estigmas que esas asociaciones manifiestan. ¿Era ese el motivo causante de su ardoroso hallazgo y presentación?

Sobresalió rápidamente de ellas, por su comportamiento laboral y nivel de raciocinio: valores menores, hasta despreciables, en el organigrama mental de la sanidad pública española. Pero suficientes para que, en pocos días, fueran apareciendo, y acrecentándose, los puntos de coincidencia laborales, con y para los pacientes, con mayor notoriedad que había ocurrido en veces anteriores ya que mayor era la distancia inicial. Conocidos ambos, la consulta comenzó a deslizarse por los caminos de la concordia. Llegando a ser un acicate más intercalar, en el curso de las conversaciones con los pacientes, chanzas a sus inclinaciones, a las que respondía en el mismo fingido mal tono: ¿Se puede tolerar esto? ¡Ojo que vamos a romper la amistad¡… Así que paso de ser definitiva a cambiable… y también la cambiaron.

De las diferencias surge la más bella armonía decía ya Heráclito; pero le falto al filósofo añadir: si se buscan puntos de coincidencia y hay capacidad de raciocinio.

                                             Miguel López-Franco Pérez / Mayo 2011

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