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Malthus, Población y Agua

Publicado: 26 de mayo de 2008
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Entre los fracasos de los planificadores del futuro existe uno que conviene rememorar sin más esperanza que la constancia dejada de haberlo dicho; ya que, asemeja inútil evidenciar un fracaso global, tenido durante muchas décadas del s. XX como señal de progreso, de desarrollo futuro; de engrandecimiento de las naciones, de su economía, de su situación en el mundo... de su poder. El crecimiento demográfico.

Con la llegada de la Era industrial a un mundo fundamentalmente agrícola que perdía sus hombres por millones en epidemias y en guerras de conquista y sometimiento de territorios a la voluntad del vencedor, comenzaron los gobiernos apercibirse que la masa humana era una materia prima de alto valor estratégico. Incrementar la población, los súbditos, la fuerza productiva, podía transformarse en riqueza y poder. Contrapunto han sido los lugares donde el desarrollo económico no corría paralelo, se detenía o era inexistente, allí, la población ha crecido descontrolada con el único freno de las epidemias y el hambre, creando más problemas que poder. Controladas o eliminadas las más devastadoras epidemias, el crecimiento poblacional se dispara aumentando las necesidades de subsistencia sin repercutir en la generación de riqueza.

A mediados del siglo XIX Tomás Malthus, economista inglés, se apercibió que el crecimiento de la población era en progresión geométrica cuando el crecimiento de la disponibilidad de alimentos era en progresión aritmética, lo que conducía a la miseria. Aconsejaba limitar los nacimientos cuando la disponibilidad de recursos alimenticios no pudiera garantizarse a la población futura. Esta predicción tuvo un éxito enorme en todo el mundo mayormente por lo criticada, desechada, y anatematizada que fue. La Iglesia Católica, limitada al mandamiento bíblico de “creced, multiplicaros y poblar la tierra”, veía con mejores ojos las disponibilidades gubernamentales a aumentar los hijos, aunque fueran candidatos al hambre y la pobreza, que a su limitación. Durante ese siglo y el siguiente la Iglesia de cualquier credo tuvo gran influencia en los destinos del mundo. “Cada hijo trae un pan desde el cielo debajo del brazo” decían los clérigos bendiciendo un nuevo nacimiento. Nadie vio ese pan, pero muchos fieles religiosos esperaban el día de su llegada como ahora esperan algunos fieles votantes políticos el pan sin sudor que les dicen van a poner en su mesa, en perspectiva de ganar las siguientes elecciones.

El siglo XX consiguió alejar las pesimistas teorías de Malthus. Las mejoras en la extensión de los cultivos, la aplicación de maquinaria a las labores agrícolas, los grandes aumentos de las zonas regadas, las posibilidades de conservación de los alimentos, aumentaron la producción y disposición alimenticia hasta superar la preocupación por alimentar a la población productiva. La hambruna de la restante población no ha importado en los barrios económicos del mundo salvo en campañas publicitarias y días del calendario señalados para tal fin. Los millones de habitantes de una nación, ahora en España de una región, se convirtieron durante el siglo XX, y siguen siendo, emblema de poder.

Dos siglos después persisten algunas dudas, en que Malthus se equivocara en su predicción al referirse a los alimentos como medio condicionador de la población mundial; ya que sigue creciendo en progresión geométrica. Puede suceder, de aquí a unos decenios, que Malthus se equivocara únicamente en el elemento alimenticio prioritario, al no tener en cuenta el agua tan necesaria para la vida como los alimentos o puede ser que lleguen a faltar todos, incluida el agua. En el siglo XIX se calcula había en le mundo 1.600 millones de habitantes que se convirtieron en 3.000 millones a mediados del siglo XX y en 6.000 millones al final del siglo. A mediados de ese siglo XX se hicieron unos cálculos de la posibilidad de seres humanos que podría soportar la Tierra cifrándolo en la cantidad que se alcanzó a finales del mismo (otro error de los aficionados a profetas). El único freno, indirecto e involuntario, al crecimiento poblacional aparecido en los países desarrollados han sido las condiciones sociales, laborales y de convivencia desarrolladas paralelamente al crecimiento industrial; compensado, con creces, por el crecimiento en las poblaciones subdesarrolladas sin mas impedimento, transformado en incentivo, que es la miseria.

¿Serían más actuales las predicciones de Malthus si en vez de fijarse en la alimentación hubiera dirigido su punto de mira hacia el agua o el cambio climático?

Puede ser que el cambio climático conlleve, como he relatado en otras páginas del blog, ( A vueltas con el cambio climático) cambios de temperatura que motiven migraciones, desapariciones o traslocaciones de animales y plantas sobre algunas regiones de la Tierra. Pero, por ahora, nadie ha comenzado a amenazar con bruscas y masivas eliminaciones de población humana por su causa. ¿Tendrá alguna repercusión el cambio climático en las disponibilidades de agua potable?. Si no es para aumentarlas la situación seguirá empeorando en todas las zonas superpobladas. Más de seis mil millones de seres humanos en los comienzos del siglo XXI consumen y contaminan diariamente la Tierra, sobre todo sus ríos, sin dar tiempo, al reequilibrio biológico allí donde la relación agua-habitantes está desplazada hacia el segundo término. En menos de un siglo se habrá vuelto a duplicar esa población.

Los ecologistas se oponen a la construcciones de carreteras, autopistas, pantanos, todo lo que pueda manejar o controlar dinero político a corto plazo, proyectados para dar calidad de vida a núcleos humanos establecidos; pero permanecen silenciosos ante las previsiones de crecimientos y desplazamientos de poblaciones condicionadas por decisiones políticas que van a diezmar la naturaleza y ser causa y excusa de las posteriores acciones transformadoras del eco-sistema.

En España el desarrollo poblacional ha sido desquilibrado por intereses económicos o políticos cuando no ambos unidos, superpoblando zonas que han superado sus posibilidades de abastecimiento de agua; que no han tenido, ni tienen, disponibilidad de agua para esa población que han inducido a desplazarse hasta ellas. A comienzos de siglo XX la población total en España era de 18.617.956 personas que se ha convertido en 44.108.530 al cambiar de siglo. Hoy viven en el litoral Este de España el mismo número de personas que hace un siglo ocupaba toda su superficie. ¿Tenían Cataluña, Murcia o el Levante las necesidades de agua que ahora pregonan pese a las “pertinaces sequías” que afectaban a toda España y divulgaba el gobierno durante todo el siglo pasado.? Ha sido el desarrollo industrial, la explosión económica y los incrementos de población que ocasiona, políticamente dirigidos, los que han provocado unas necesidades de agua “para beber y regar” superiores a la capacidad de sus ríos. ¿Cuantos de los habitantes de esas regiones nacieron, ellos o sus padres, en Galicia, Andalucía, Aragón o Castilla durante el siglo XX y tuvieron que emigrar a esas regiones por falta del trabajo? ¿Se apoyaron desde el gobierno de España esas migraciones influyendo determinantemente en la concesión de los permisos de esas instalaciones industriales que han desencadenado la necesidad de agua a la par que su enorme crecimiento económico?.

La solución ahora buscada al problema creado, es fruto de la ideología imperante durante el siglo acabado, creadora del problema: distribuir el agua como la riqueza según los intereses e influencias en el poder, en lugar de valorar las disponibilidades naturales y asentamiento de las poblaciones. La redistribución social de la riqueza no ha servido para enriquecer a los pobres sino para generar pobres con prestaciones sociales, disminuir los ricos y aumentar los muy ricos que ignoran las prestaciones sociales, entre los que hay que incluir, porque se suele olvidar, aquellos que viven como muy ricos a costa de los impuestos. España, al igual que Europa, ha tardado un siglo en darse cuenta de esa falacia económica; posiblemente tarde otro en darse cuenta de la falacia de distribuir socialmente el agua.

Cambiar la idea en las mentes gubernamentales de masa laboral como fuerza de trabajo y poder por la de eficiencia laboral; es el reto pendiente para este siglo. Ampararse en todo el progreso científico, industrial y de comunicaciones proporcionados por el siglo pasado para reducir las necesidades de mano de obra. Cambiar la mentalidad de creación de superficies industriales o de servicios a las que se aporta agua, por la implantación de ellas donde esté el agua; pueden ser cambios hacia el futuro que den una distribución poblacional más equilibrada regionalmente, más preocupada por el medio ambiente, por la conservación de la naturaleza y por la prevención del cambio climático, con más seguridad que ir plantando kilómetros de tuberías que llevan agua a regiones para dar continuidad a su desbordado crecimiento actual e incrementar sus necesidades futuras.

El progreso generado durante el siglo XX, apoyado en una peculiar manera de distribuir el trabajo para rentabilizar la mano de obra ha generado, en su evolución, cambios sociales con profundas alteraciones en el comportamiento humano. Al comienzo del nuevo siglo la necesidad cuantitativa de esa masa humana laboral como fuerza de trabajo distribuida en pequeñas funciones, va siendo sustituida por la robótica, sometiendo la fuerza bruta a la general utilización de la capacidad intelectual. Este cambio, al igual que en todos los países desarrollados, al mismo tiempo que disminuye el número de personas necesarias para realizar varias y distintas funciones, en España, coincide con un descenso en la población que llegado a la década 2010-2020 se hará enormemente profundo; las nuevas y menguadas generaciones cumplen a la perfección el requisito formativo necesario para suplir la antigua base de producción de riqueza, la fuerza física, por la producción de riqueza con base en la formación intelectual.

Una vez más fallan, en España, las mentalidades dirigentes: a remolque de la inercia heredada están optando por importar mano de obra sin calificación alguna que perpetúe nuestra permanencia en sistemas productivos trasnochados, incrementando las necesidades de agua donde no existen más posibilidades naturales de ella y destruyendo la naturaleza, el clima y la convivencia amparándose en “el progreso”

Mayo 2008

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