Desde mediados del siglo pasado ha sido utilizada la Sanidad pública como arma política: en España la última dictadura comenzó a hacer uso de ella como estandarte de su preocupación social. El cambio de régimen no ha servido para darle la libertad e independencia que se suponía aportaría la llegada de la democracia, sino para acentuar su utilización política manteniendo los resortes de control dictatorial que en la dictadura se le impusieron. Grilletes que han tenido un papel importante en el descenso de la clasificación de España al número 21 de los sistemas de salud europeos. (Euro Health Consumer Index). En octubre del año 2008 yo escribía en otras páginas de éste blog (¿Y ahora, qué?) “La sanidad española, gracias a sus médicos, es una de las mejores del mundo en cuando a valor científico, pero no lo es en cuanto a su estructura asistencial, respeto a la dignidad de la persona, a la eficiencia médica, ni a la incentivación profesional del médico”. Un año después, las instituciones europeas comienzan a descubrirlo.
Utilizando la equívoca orientación y el temor, tiene cualquier Gobierno posibilidades infinitas de crear gran alarma social. Sus consecuencias pueden serle útiles, pero también tan desastrosas como la amenaza de una bomba atómica.
Tras casi un año de gripe A con escasísimas victimas por su causa (menos que las producidas por la gripe habitual, que cada año mata o contribuye a la muerte de unas 3.000 personas en España); sin añadir otra demostración científica de su potencialidad patógena, se está creando un ambiente de intranquilidad social desde el Gobierno que deja pocas posibilidades a otras sospechas de su causa distintas al interés político y económico en su creación.
Las estrictas y múltiples instrucciones impresas a los médicos entre las que se encuentra la de confinar en su domicilio durante tres días con severas medidas de aislamiento, a los pacientes en los que por su sintomatología sean sospechosos de este tipo de gripe, y no del otro: el de todos los años, que tiene la misma sintomatología, el mismo pronóstico y evolución; sin más instrumentos que el juicio clínico; pudiendo alargar esta baja laboral hasta los siete días (por persistencia de algún síntoma) choca con la norma de no ser necesaria la identificación del virus en ese paciente sospechoso hospitalizado en su domicilio, salvo en casos de alto riesgo ( es decir ser uno de esos `pacientes que tienen la posibilidad de ser incluido entre las 3000 personas que muere cada año con la colaboración del virus gripal habitual), desvía al interesado final de crear alarma sanitaria en ese enorme colectivo de personas (más del 40% de la población)que cada año ha venido pasando la gripe sin más preocupación que disponer de “Clinex” y paracetamol.
Dice un latiguillo popular que no hay mal que por bien no venga. En esta situación, al gobierno español en general, y a la ministra de sanidad en particular, este mal les viene de perillas: reparte dinero, desvía la preocupación de los súbditos y Doña Trinidad Jiménez, ministra de sanidad, asciende en la escala de presidenciables dentro del PSOE. Todo con beneficio y cargo a la subida de impuestos prevista que pagaremos todos en proporción directa a la proximidad al poder.
Si la habitual epidemia de gripe que cada invierno recorre los hogares españoles se amplia este año algo más, como ocurre periódicamente, tendremos en España el caos laboral y la satisfacción gubernamental asegurados. El Gobierno ya sabe lo rentable en adhesiones que resultan los ambientes de alarma social. Lo que no puede planificar, ni corregir, son las posibles consecuencias sociales de parar un país, poniéndolo en cuarentena, ignorando la proclividad al histerismo en los temas de salud y cuando la precariedad de supervivencia de su economía en general, y la sanitaria en particular, pende de un hilo.
Miguel López-Franco Pérez. Septiembre 2009