El progreso oficial de la medicina corre unas cuantas leguas por delante del progreso real. Y siendo mucho el camino andado por ambos durante el siglo XX, no es menos cierto que el desconocimiento de muchas de las entidades que enferman o matan a las personas es también mucho. Si le añadimos el desconocimiento operativo de gran cantidad de medicamentos que cada pocos años son sustituidos por otros “más efectivos”, olvidando rápidamente el número de veces que se ha repetido ésa aseveración, sumando ineficacias a lo largo de la historia de una enfermedad concreta en el último medio siglo, veremos que el desierto del conocimiento médico es todavía muy amplio. Lo confirma, y es afortunadamente cierto, que hasta el día de hoy, en una de esas circunstancias del enfermar, se acabará llegando a la siguiente etapa sin que pueda evitarlo el progreso médico.
Por éste vital proceso, inherente al vivir de todos los seres, que liga la enfermedad con la posibilidad de morir desde que el ser humano adquirió alguna capacidad de raciocinio, y por las dudas en la eficacia de muchos de los tratamientos, es por lo que reaccionan frente a la enfermedad con arreglo a los no desvelados circuitos que su mente ha ido elaborando frente al enfermar y frente a la vida, a lo largo de su vivir.
Según ha definido Oakley Ray, psiquiatra de la universidad de Vanderbitt (USA), la mente es el resultado de funcionamiento del cerebro. Las actividades eléctricas y químicas que genera el cerebro y generan, además del funcionamiento somático, los pensamientos, las emociones y los sentimientos configurando la actividad mental; que tiene también, una enorme capacidad de almacenamiento.
Todo lo que pensamos, todo lo que creemos, positivo o negativo, tiene efectos sobre la salud porque la salud es el continuo vivir en esa relación mente-soma. No se vive sin esa coordinación del cuerpo con la mente. En los últimos años se vienen editando numerosos trabajos que ponen en evidencia que esa interconexión se realiza por medio de citoquinas, hormonas y neurotransmisores que existen tanto en el cerebro como en los diferentes órganos del cuerpo de los seres vivos (ver mis hojas en éste blog Stress y colon irritable) referentes a esas conexiones e influencias.
Dicen que decía Sócrates que es más importante conocer al enfermo que tiene una enfermedad que conocer la enfermedad que tiene el enfermo, y esto, que parece algo exagerado, pese al paso de los siglos y los avances en el conocimiento de algunas enfermedades, sigue siendo importante en el quehacer médico debido a esa coordinación y dependencia que el paso del tiempo va identificando y confirmando. Pero siempre ha existido un enorme número de médicos que las ignoran y hasta abominan de quienes las consideran evidentes.
Dentro de ese enfoque “mentalista”, la entidad denominada mente es la responsable o causa del comportamiento. La mente es pues una entidad material que origina el comportamiento de las personas. Pero, con el paso del tiempo se engrandece, en lugar de disminuirse, esa enorme relación que existe entre el soma y la psique pasando a ser de correlación más que de subordinación.
La mente nace virgen, se heredan los neurotransmisores, las hormonas, las citoquinas que en su cantidad y equilibrio facilitan o inhiben las correlaciones corporales, pero no se heredan, que se sepa, los sentimientos ni las emociones, ni los sufrimientos, ni las alegrías ni las formas de reaccionar frente a esas situaciones; es el entorno, el ambiente familiar, el círculo de amigos, el ambiente en el trabajo, eso que se ha dado en denominar el fenotipo, quien modula su producción y va configurando la mente desde el momento en que el nuevo ser entra en el entorno del vivir; y en ese entorno forma parte muy destacada la aversión al enfermar y la consiguiente reacción ante la enfermedad. La forma de reaccionar frente al dolor y la enfermedad, o ante la posibilidad de enfermar, de los familiares más directos se graba rápidamente en el recién nacido y lo condicionará para el resto de su vida. Por eso Marañón nos seguía diciendo 24 siglos después de Sócrates: no hay enfermedades sino enfermos.
Cada persona, en su comportamiento mental es, poco o mucho, distinta a sus próximos, incluso dentro de una misma familia, y llegada la enfermedad reacciona frente a ella recurriendo a todos los resortes, defensivos o perjudiciales, orgánicos, y también los de su psique… los de su mente, que ha ido adquiriendo desde sus primeros pasos por el mundo y que constituyen el conjunto, inseparable, que es el enfermo: la enfermedad y la postura mental frente al enfermar. Algo prácticamente olvidado en todos los centros docentes oficiales y únicos existentes en nuestro país para enseñar medicina.
La configuración de todos esos caracteres que influyen en la forma de ser de las personas; siendo persistentes en los individuos, son, por ese motivo formativo, cambiantes con el paso del tiempo y con la renovación de los seres vivos. Cada nueva familia tendrá una forma de reaccionar frente a la expectativa de enfermar, o frente a la enfermedad, resultado de la aportación, traída desde su ambiente, la que fue su familia, el fenotipo de cada uno de los componentes de ella, que a su vez variará en función de las nuevas circunstancias sociales que incidan en ese nuevo conjunto familiar. Así, las posibilidades y grados de respuesta, somática y psíquica, frente a la enfermedad se convierten en infinitos; aunque todas tengan un eje coordinador que va de la enfermedad a las posibilidades de morir. Hechos que han permanecido inalterables desde la creación de todos los seres vivos.
Y en esa ancestral expectativa aparece el miedo como respuesta; miedo a enfermar y miedo a poder morir. Muchas personas dicen, intentando mostrar modernidad o evolución social: “no tengo miedo a morir, lo que sí me da miedo es el sufrir”. Buscan el refugio en la muerte súbita, o de poca duración, al miedo que les origina las posibilidades de enfermar; ocultando su alarma frente al enfermar. La enfermedad es una batalla que mantiene el ser viviente frente a esa guerra fría que es la vida; que en función de muchas circunstancias, propias del conocimiento que se tenga de la enfermedad y de su tratamiento, se pueden calcular sus posibilidades de ganar la batalla.
Al igual que en las batallas militares cuando el enemigo comienza a sentir miedo la mitad de la batalla está ganada. Aquí el enemigo no es la enfermedad sino el ser humano enfrentado a la enfermedad que le presenta la vida, de ahí que el miedo juegue un papel contrario a la natural vis medicatrix naturae: esa fuerza para vivir frente a la vida con la que todo ser viviente nace: y que tantos éxitos ha dado a todos los que han practicado la medicina, desde los primitivos hechiceros y curanderos a los actuales médicos. Factor importantísimo en la evolución de la enfermedad. Inapreciable cuando la resolución de la enfermedad es rápida, y mucho más importante cuando la duración de la enfermedad se prolonga o los tratamientos propuestos tienen dudosa respuesta.
El miedo, reconocido o subconsciente, genera o acrecienta el estrés y este genera ansiedad o se correlaciona e incrementa la ansiedad existente en el paciente. Sus grados y persistencias son los que introducen la situación en ese escalonamiento: miedo-estrés-ansiedad, hacia la patología neurológica; su influencia y existencia, previas a situaciones patológicas mentales constituye uno de los debates más llamativos, dentro del ejercicio de la medicina desde que empezó a considerarse la medicina como científica.
Los médicos mecanicistas han huido siempre de esa implicación del psiquismo en la configuración o evolución de las alteraciones somáticas. Tienen a su favor el hecho de que la preocupación o el miedo durante una enfermedad, desaparece tras el tratamiento medicamentoso, o quirúrgico exitoso de la enfermedad, pero esto no niega su existencia. Obvian el considerar la situación del paciente cuando la enfermedad se prolonga o cuando el resultado del tratamiento no es satisfactorio. Es decir, cuando se favorece el revoloteo del miedo sobre la mente del enfermo y comienza a ser evidenciable en la clínica.
Estudios realizados durante la última década han demostrado estadísticamente que cuanto mayor es la educación e instrucción alcanzada por el paciente -volvemos al fenotipo-, menor es su índice de complicaciones patológicas e incluso de mortalidad. Hasta la existencia de creencias religiosas han significado importantes reducciones en porcentajes de complicaciones o muertes en pacientes sometidos a cirugías cardiovasculares.
Aquí entra de lleno el antídoto del miedo: que es la confianza. Postura mental antagonista o moduladora del miedo, que ha sido la base de todo el ejercicio de la medicina desde los primeros curanderos hasta nuestros días. Base de la eficacia de muchos medicamentos y actuaciones quirúrgicas que tienen su origen en ¿quién los da? o ¿dónde se les da? De ahí que la libre elección de médico y centro hospitalario sea esencial, porque además de ser un derecho fundamental del ser humano, satisface a esa enorme cantidad de personas (más del 50%) que acuden al médico por obtener esa tranquilidad de su mente que las décadas del despilfarro económico han ido sustituyendo por la confianza en el número de pruebas complementarias realizadas.
En investigaciones realizadas con estudiantes de medicina sometidos al consabido estrés durante sus períodos de exámenes, se estudió su sistema defensivo inmunitario y se concluyó que durante los períodos de miedo-estrés este sistema se deprime y consecuentemente sube la posibilidad de contraer enfermedades. O de originar una respuesta anómala en sus mecanismos defensivos naturales, originando alguna de las patologías crónicas en las que es evidente la influencia de las situaciones emocionales en su evolución. Desde hace años se viene comprobando como el estrés influye en la aparición y evolución de muchas enfermedades e incluso en el desencadenamiento de ellas. Apoyo la necesidad de considerar, en cualquier enfermo que consulta por una enfermedad, o supuesta enfermedad, cuanto influye el entorno; sobre todo la configuración mental de la familia en las valoraciones de los síntomas del paciente, y esto requiere la revalorización de la anamnesis como arma fundamental en la actuación del médico frente al paciente.
Fruto de la tendencia mecanicista en la evolución de la medicina son los protocolos, sistema de pautas establecidas, por destellos estadísticos, de pruebas complementarias a realizar frente a un síntoma y medicamentos a prescribir, acogiendo en cada una de ellos el mayor número de posibilidades diagnósticas. Son la antitesis de la medicina y de la personalización de la medicina que por miedo a la deshumanización que sugiere y conlleva en algún cartel seudo-científico he leído: “tratamiento protocolizado y personalizado” que ha motivado mis hojas en este blog: Protocolizado y personalizado.
Muchos de estos médicos, cada vez más, suponen que curar a los enfermos es aplastar con un torrente de drogas cada uno de los síntomas: es la medicina sintomática, paralela a la medicina mecanicista y protocolizada, que ha dado origen en el siglo pasado (XX) a unas cuantas especialidades médicas en España. Actuación que, sin tener en cuenta que algunas pequeñas alteraciones, en algunos pacientes, son más provechosas su vigilancia que su erradicación, se dirigen exclusivamente al tratamiento de lo que primero ven o detectan en el paciente y abren la puerta a la enfermedad o al latente miedo, mucho peor que la persistencia de ese levísimo grado de enfermedad o de posibilidad de enfermar: “Muchas veces nace la enfermedad del mismo remedio" (Baltasar Gracián:1601-1658)
Ocurre, desde hace décadas en forma creciente, según la evolución de los recursos económicos, un incremento de pacientes en los que no es el miedo al enfermar lo que constituye el acompañante a su enfermedad sino que ese miedo se instaura y domina a la persona localizándolo en un sistema orgánico; se consideran enfermos antes de ser afectados por una enfermedad: la somatización no es el miedo acompañante al enfermar sino el desencadenamiento de síntomas físicos, recurrentes e inexplicables (dolor de cabeza y abdomen, vómito u otros), que interfieren en la vida social y laboral de la persona; cuyo origen centra el paciente en un órgano o sistema corporal. No es la posibilidad de enfermar sino la ansiedad ocasionada por problemas emocionales: miedos, estrés social o sanitario que el paciente relaciona con el mal funcionamiento de su organismo. Y tiene razón, le funciona mal, pero no suele admitir que el origen de su disfunción se encuentra en su disrregualción psicosomática, apareciendo en su organismo los síntomas provocados por su desequilibrada producción de citoquinas, hormonas y neuropéptidos. Es situación diferente.
Dentro de las grandes urbes más de la cuarta parte de las visitas que se realizan al médico son causadas por somatización. Cifra que va aumentando por la decisiva influencia que tiene el comportamiento del médico y de de los medios de comunicación. Miles de personas acuden a especialistas y centros de salud manifestando dolores gastrointestinales, respiratorios, sexuales y neurológicos, muchas veces todos juntos y sin encontrarles causa aparente; lo que suele ocasionar confusión en los facultativos y un enorme gasto público.
Los médicos realizan gran cantidad de exploraciones y estudios, sobre todo si introducen al paciente en las pautas de protocolos antes de determinar que ese paciente ha somatizado su conflicto social, o en la búsqueda de enfermedades futuras. La duración de esta primera etapa dependerá por tanto, de la habilidad y adhesión al protocolo del especialista que atiende el caso, lo cual es importante, ya que una observación atenta le puede permitir identificar características especificas que hablan de una alteración que ya no es consustancial con su regulación e interacción mente-cuerpo sino que su mente condiciona la respuesta de su cuerpo.
Pero estos no son pacientes que enferman y deben tener una consideración médica de la influencia del fenotipo en su enfermar; sino que son pacientes cuya mente dirige sus dianas hacia una posible enfermedad pero que, de momento, no le encuentran…porque no existe. Son pacientes que buscan la atención médica y quieren poder encontrar un médico que les relacione sus síntomas con alguna enfermedad: si es recién escudillada a las revistas de patologías o tratada con un medicamento recién aparecido mejor; y a los que debe ganarse el médico (sabiendo que la confianza lograda durará poco tiempo) antes de decirles que “lo suyo es de nervios” o “Ud. no tiene nada”; porque es muy posible que aun siendo tangentes a la verdad ambas explicaciones, aunque mal delimitadas y poco convincente la explicación, sirvan para alejarse del médico, si está en países occidentales, o para rellenar una hoja de reclamaciones si quien le atiende es un médico de asistencia pública española; pues el sufrimiento que tiene es real y quiere un nombre de la patología que lo justifique. Que justifique su menguada capacidad de vivir… pero que no le cure definitivamente.
Miguel López-Franco Pérez Mayo 2012