Este verano del año 2011, consecuencia de la crisis económica y expectativas electorales en España, han vuelto a aparecer antiguas soflamas, de un siglo de antigüedad: entre ellas: ¡que paguen más los que mas tienen!; sin ninguna variación con respecto a sus arcaicos fundamentos; ahí siguen quedando todas las intenciones de políticos afines y sesudos correligionarios en su búsqueda de dinero para el Estado.
Durante el siglo pasado, el siglo de las luces del socialismo, jamás pagaron más los más ricos ni siquiera en los países de gobiernos socialistas. Han pagado más las acomodadas clases medias; sin suficientes "agarraderas" políticas y económicas para evitarlo. La realidad histórica ha sido que muchos se hicieron ricos bajo el paraguas del socialismo y muchos ricos se hicieron socialistas para aumentar, o no perder, sus beneficas situaciones; mientras, ha permanecido la verdad palpable popularizada en la sentencia: cuando un rico se acatarra el pobre coge una neumonía, independientemente de la filiación política de cualquiera de los dos. Solo hay que ver los últimos ejemplos que nos han traído estos años de “democracia”.
Ricos muy ricos hay pocos, lo que vertiginosamente aumenta son esas sociedades mercantiles en paraísos fiscales donde los ricos están, pero no se les ve, son inmunes al morbo del ensañamiento que acompaña a la personalización.
En un siglo, la misma cantinela ha ido ocultando el emergente crecimiento de una forma de vivir, igual o mejor que un rico, sin la preocupación por la fuente de los ingresos necesarios, ni por el impacto que los impuestos puedan hacer sobre ella. El Estado de bienestar ha pasado, para demasiados, a ser su bienestar en el Estado. Si al rico la subida de impuestos puede llegar a hacerle alguna mella a ese nuevo vividor en el Estado esas subidas nutren sus lujos. Vivir con los mismos adornos, con las mismas prerrogativas que puedan hacerlos esos ricos, muy ricos: coches lujosos, chóferes, hoteles, restaurantes super- caros, gastos personales desorbitados, viajes en VIP, lujosas viviendas; etc, etc. es vivir como los ricos, igual que los ricos, pero sin otra preocupación que la de mantener, a toda costa, ese puesto que transforma, con ocultas maniobras y unas cuantas arengas de vez en cuando, el Estado de Bienestar en su opulento bienestar. Como definió un conocido socialista español a los pocos meses de inaugurada la democracia son “un bien del Estado”.
Es imposible saber cuantos ricos hay en España porque el límite del dinero poseído, a partir del cual se considera rico es subjetivo y todo el mundo lo sitúa en términos de comparación, hasta llegar a unas cifras muy elevadas que nadie alcanza a contar; ese límite que los gobiernos siempre ponen en sus impuestos progresivos en… y a partir de… un % fijo, invariable, punto de partida de lo que saben que no van a cobrar un euro por lo que no se molestan en continuar con el escalafón de porcentajes. Son impuestos progresivos para los que los van a tener que pagar, no para los ricos en cimas que, al final, reducen la visión total de sus contribuciones al Estado a cifras próximas al 0, %. Pero su número es escaso, su existencia viene desde que se inventó el Estado, son un mal del Estado y, pese a esas posibles exorbitantes cifras cotizables, quedarían ridículas si se cambiara la mentalidad de cobrar impuestos especiales a esos ricos por cobrar impuestos especiales a los que viven como esos ricos. No a través del IVA, que también pagan los ricos (pagan más IVA porque gastan más, pero no por un IVA progresivo en relación con su nivel de riqueza) sino de su elevada nómina en la que no repercute un solo euro de sus dispendios como los ricos.
Miguel López-Franco Pérez Septiembre 2011