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De la eficacia a la eficiencia médica

Publicado: 1 de diciembre de 2007
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FALTAN MÉDICOS O FALTA EFICENCIA MEDICA

Desde hace varios años, acentuadas por las circunstancias vacacionales veraniegas, se van detectando lagunas profesionales en la asistencia médica pública que, en España, es como decir en toda la asistencia sanitaria española. ¿Faltan médicos?.

La primera respuesta, de gran parte de la población, que halla su limitado eco en las compañas preelectorales es: que contraten más médicos.

La asistencia sanitaria(médicos y medios) desde su implantación entre los Seguros Sociales gratuitos tipo self service durante la post guerra civil, es proclive a situaciones como aquella en la que un comensal solicitaba un poco de pan gratuito, para terminar la salsa que le habían servido, y al poco tiempo un poco de salsa adicional, también gratuita, para terminar el pan. Así repetidas veces.

Dentro de la relatividad de los aconteceres humanos, y en el punto alcanzado por nuestro desarrollo sanitario, cabe preguntar si es real esa necesidad de más médicos o estamos como el comensal citado, pidiendo más médicos para atender las necesidades creadas, y a continuación, crear nuevas necesidades para esos médicos.

Hace más de un cuarto de siglo la CEE (hoy Unión Europea) hizo público un estudio afirmando que cuando la asistencia sanitaria es gratuita, los incrementos aritméticos de ofertas asistenciales provocaban una demanda en progresión geométrica de esas prestaciones. Nuestra densidad de médicos por 100.000 habitantes estaba, en el último cuarto del siglo XX, a la cabeza de todos los países desarrollados. El índice de médicos por cada millón de habitante en España era, en los años 1974-1975 de 1.406, por millón de habitantes, cuando la media europea estaba en los 1.400 médicos por millón de habitantes. Sin embargo nuestra diferencia en indicadores de nivel de salud general con los países de menor cantidad de médicos por 100.000 habitantes no era, ni es, notoria. En las esferas calculadoras de estructuras y personal se decía que faltaban médicos; fomentando una afluencia a los estudios de Medicina que llevó a la existencia de más de 52.000 alumnos de Medicina en el curso 1974-75.

Por aquellas fechas nuestro índice de camas por médico era de 3,91 y en los Países Bajos era de 7,47 o en Inglaterra, a la que habíamos copiado el sistema de Asistencia Sanitaria matizándolo políticamente, era de 9,48.Estos porcentajes apoyaban a los interesados oteadores del futuro pidiendo médicos para las camas que algún día se instalarían. Cifras utilizadas para apoyar la necesidad de médicos, omitiendo como el conjunto de esos números también manifestaba, en aquellas fechas, que el etiquetado necesario aumento del número de camas hospitalarias podía ser absorbido, prácticamente en su totalidad, por la densidad médica existente. Precisaba una reorganización que nunca ha llegado.

¿Qué se hizo en los 30 años siguientes para redistribuir los médicos, sus funciones, su trabajo, su productividad?. Nada útil. Se ha ido absorbiendo y dispersando paulatinamente esa ingente masa de médicos que salieron licenciados en los años siguientes. Lo más fácil habiendo dinero: aumentando las necesidades, superponiendo funciones, aumentando las especialidades… y, al final, volviendo a pedir más pan para esa salsa. La avalancha de médicos ha sido colocada en puestos inestables, interinos, contratos basura, temerosas dependencias y en la emigración a países con mejores salarios. Al mismo tiempo se ha reducido drásticamente el número de estudiantes. Las últimas necesidades creadas, siguiendo anteriores flirteos exitosos con las perspectivas de poder hipertrofiar indefinidamente los servicios asistenciales, se están viendo compuestas y sin novio.

España, junto con Italia comparten actualmente el primer lugar mundial en número de especialidades médicas reconocidas oficialmente, con groseras diferencias que van desde 46 que hay en España a 29 que tiene Holanda. En abundancia, existe una cierta correlación directa entre el número de especialidades existente y el volumen en las listas de espera, que confirma las correlaciones matemáticas encontradas por la CEE hace 40 años.

La Sanidad mundial se contagió a mediados del siglo pasado (S. XX), con mayor o menor intensidad según el progreso de cada país, de las propuestas que los economistas hicieron a principios del siglo para conseguir la eficacia en la producción industrial: dividir el trabajo en mínimas funciones asignadas a cada operario. Convertir al hombre en un autómata cuya mínima y repetitiva función a lo largo de toda su vida laboral reportaría eficacia laboral y beneficios a la empresa. Su éxito ocupó un siglo: la Era industrial. Algunos todavía no se han dado cuenta que ocurrió en el siglo pasado. Las condiciones sociales han cambiado. Cualquier trabajador puede encontrarse a gusto durante unos años poseyendo un único y limitado conocimiento, desempeñando una mínima función; pero una mayoría cae, más pronto que tarde, en el “burn out” porque su evolucionado subconsciente aspira a incrementar su bagaje intelectual, a diversificar las funciones de su mente que van a ocuparle y vivificarle más de un tercio de su vida, sobre todo cuando esa inquietud repercute en su salario, o en sus posibilidades de encontrar otro trabajo mejor. Cambio de actitud mental frente al trabajo que la industria hace algunos decenios ha valorado como beneficioso. La Universidad empieza a darse cuenta ahora, proponiendo estudios comunes a diversas carreras, la troncalidad que ha despertado las luchas por no perder territorios dominados. La asistencia sanitaria española sigue esperando “a verlas venir” como vulgarmente suele decirse. Ha habido dinero suficiente para cubrir multitud de salarios deficientes superpuestos; todas las divisiones del quehacer médico que el marchamo de modernidad iba multiplicando con la oculta meta de crear prestaciones, engrosar servicios, extender dominios y aumentar presupuestos. Hacer de la sanidad una entidad industrial típica del siglo XX, no va a servir para el siglo XXI.

Ahora vienen las rebajas: El cambio de ciclo económico parece tan evidente como el cambio climático, el dinero va a escasear, puede que llegue a faltar durante algunos lustros o décadas, incluso después de haber terminado de engullir la tarta cocinada con y para las pensiones. El gasto sanitario es la mayor partida presupuestaria después de las pensiones. ¿Por cuántas personas tendrá que trabajar cada cotizante para mantener el sistema actual de Seguridad Social a partir de los años 2010-2015?. El egoísmo de algunos le lleva a decir “a mí no me va a tocar, que se las arreglen los que vienen detrás”. Esa postura, exponente de nulidad intelectual, no es válida.

Cuando el entramado de los seguros sociales estatales de todo un siglo comienza a tambalearse obligando a racionalizar el gasto, a conseguir la misma eficacia con menor gasto; lo que es pasar de la eficacia a la eficiencia, quizá sea el momento de recordar, sin ira ni revanchismos, los caminos de una Seguridad Social, fundada como estandarte de un régimen ahora tan valientemente denostado como antaño temido. Nacieron las prestaciones sociales, entre ellas la sanitaria, en los últimos años de la década de los 40, en la efervescencia del fervor franquista, con mas consideraciones organizativas a los profesionales que ahora se les otorgan rebozadas en democracia. Su estructura de control político no ha cambiado sustancialmente pese a los numerosos estigmas del pasado que le hacen enormemente diferente a la asistencia sanitaria de cualquier país tenido por democrático. Se engaña al personal cambiando metabolizados símbolos para ocultar la permanencia de las formas.

La Asistencia Sanitaria pública en sus comienzos tenía dinero pero no prestigio. Para conseguirlo se abrió a todos los médicos con cierto prestigio existentes en el país a cambio de un salario, en aquellas fechas… decente; las posibilidades ilimitadas de disponer de medios laborales y la manga ancha en el cumplimiento de sus servicios. Absorbió de esos profesionales su prestigio acompasando una forma asistencial dispar y disforme cuyos intentos de estructuración posterior sin alterar los parámetros políticos ha ocasionado aproximadamente un cambio de normativas, denominaciones y distribuciones de la asistencia, cada diez años. Es difícil unificar un rompecabezas sin cambiar la posición errónea de algunas de las piezas existentes. En ninguno de esos múltiples cambios se ha visto aparecer de forma operativa la modificación de la estructura de control político de la asistencia médica que se impuso en la dictadura: tanto para médicos como para pacientes. Un Ej. reciente y fácilmente visible: En el gran poster editado por el SALUD de Aragón (año 2007), posiblemente plagio de los de otras autonomías, con los derechos y deberes de los pacientes, colgado en los vestíbulos de los centros asistenciales, figura entre los apartados de los derechos: b) “ A que se le asigne un médico… y siete apartados más abajo i) a la libre elección de médico, de centro hospitalario… En una democracia, respetar la libertad de individuo obligaría a trasladar el derecho i) al b) y en todo caso el b) podría aparecer en el i) con otra redacción “si el paciente lo pide se le asignará… ”. Es un “tic” heredado de una dictadura que admite a regañadientes y relegando al noveno puesto, coartada hacia el exterior, un derecho fundamental de la democracia recogido en la Carta de los Derechos Humanos junto al derecho a la salud: la libertad de cada individuo a decidir sobre el cuidado de su salud.

La estructura de control piramidal de los hospitales colocando en su vértice los grandes y masificados centros creó en la dictadura, y se mantiene tras cincuenta años, un control rígido de todas las funciones asistenciales, económicas y laborales que se proyectan sobre todos los centros dependientes de ellos, que son todos los existentes con la denominación de ambulatorios, centros de especialidades, consultorios, hospitales secundarios, terciarios etc. cuyo desarrollo, prestaciones, personal e inversiones controla, decide y aprueba el gran hospital dando cabida a toda clase de intereses particulares ajenos, muchas veces, al interés por el paciente y al de los propios trabajadores de esos centros subordinados.

A la par aparece una situación paradójica. Esos centros precisan controlar, acaparar y asignar funciones de trabajo que justifiquen las desorbitadas plantillas de más de mil médicos que existen en cada uno de ellos, favoreciendo la masificación, la despersonalización y, consecuentemente, los protocolos de actuación( guías tendentes a anular o menospreciar el albedrío individual del médico.) Convive en ellos la asistencia más elemental con la asistencia más avanzada de muy limitada utilización: personal, salas de quirófanos, UCIS, departamentos de alta tecnología diagnóstica o terapéutica, son utilizados para procesos ordinarios como varices, hernias inguinales, apendicitis, colecistectomías ambulatorias, tiroides y un largo etc. que compone el 95% de su labor diaria hospitalaria, dispersable en centros de menor tamaño si la dotación, permisos, personal y marketing oficial de los situados en el Olimpo del gran hospital, dependientes política y científicamente, a su vez, de la dirección política en la Consejería de Sanidad, no se oponen.

Al grito faltan médicos hay que añadirle la coletilla “con las estructuras asistenciales, económicas, políticas, demagógicas y de control que tenemos actualmente”

Han pasado más de treinta años utilizando la denominación de origen “democracia” como etiqueta de ésta situación política en la que el pueblo elige (vota) un candidato y su partido político coloca, con ese subterfugio, a decenas de “representantes” que nadie ha votado ni conoce dato alguno de sus capacidades mentales, profesionales o morales; incluso conociéndolas no puede tacharlo del listado o deslizar su puesto en dirección ascendente o descendente. Para muchos, desgraciadamente, es suficiente conque les digan que “así decidimos todos”.

Su cometido, teóricamente, es modular con sus valores personales atesorados, las decisiones políticas que van a mediatizar los comportamientos sociales, laborales y familiares de todos los habitantes en el país. Irremediablemente, sin corrección personal alguna, su comportamiento debe coincidir con las directrices aportadas en las consignas de su partido; en algunos tan arcaicas como su origen. Cuando la inteligencia mediatiza el razonamiento las posibilidades de ser candidato en una lista electoral disminuyen hasta llegar a anularse. La totalidad de los votos que cada partido emite en las Cámaras autonómicas o nacionales han sido decididos, y negociados en el pequeño comité del partido, con anterioridad al paripè de la solemne votación en la que un voto discordante en el seno de los diputados o senadores de un partido no significa salud democrática sino error de ese diputado.

Con esos mimbres, se han ido pregonando en cada evento electoral, las enormes preocupaciones que todos los partidos tienen por la Sanidad. Tras treinta años de ésta democracia, lo único comprobado es que todos, sin exclusión, cuando alcanzan un puesto de responsabilidad (en la sanidad española) son conservadores… conservadores de los privilegios que les aporta las estructuras de una organización creada en una dictadura de la que han hecho desaparecer personas, calles y caballos pero miman los resortes antidemocráticos de control político.

Hace una década (1997) el Congreso de los Diputados nombró una Subcomisión para estudiar y aportar soluciones a los problemas de la asistencia sanitaria española. Algunas de sus sugerencias se han ido aplicando a la par que comprobando su ineficacia. El control del gasto farmacéutico promoviendo la utilización de medicamentos genéricos no ha parado su crecimiento. Configurar los centros asistenciales como organizaciones autónomas, no ha pasado de ser una intención cuando se ha considerado la pérdida de control político. Establecer nuevas fórmulas retributivas que atienda a la eficiencia en lugar de a la eficacia y presencia física ha sido olvidado por los mismos motivos, y así hasta la quiebra.

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