En el año 1936 terminaban dos años de gobierno republicano de derechas (bienio negro según los socialistas) surgido de las elecciones democráticas habidas en el año 1934, con la convocatoria de nuevas elecciones. Su desarrollo, dudosamente democrático, favoreció la continuidad de la destrucción de la legalidad desde el poder y desde la calle. Tomaba, con ellas, la situación política anómalos derroteros hacia el totalitarismo que impulsaban vientos del Este. Anosmicos al tufillo totalitario, miles de españoles oían esperanzadores cantos de sirenas que el viento transportaba augurando una vida mejor, igual para todos: derecho al trabajo, puesto de trabajo seguro, participación en el capital, jubilación sin merma en los salarios, derecho a una asistencia sanitaria, a una estabilidad en el empleo, a una vivienda digna, salario igual para todos; un halagüeño futuro condicionado a la implantación de un nuevo orden social cuya cabeza más visible era Stalin. El fin justificaba los medios. Una parte del ejército español se sublevó contra ese poder establecido desde la duda generada en la coacción y su rumbo, preconizando el orden, la seguridad ciudadana, la paz... la equidad entendida de otra forma.
Miles de soldados alistados, por voluntad o por obligación, murieron en la contienda con la ilusión de haber dado su vida por esas metas sociales que la nueva ideología iba a esparcir por todo el mundo. No vieron el final. Sus almas partieron al Edén con la tranquilidad de haber dejado la vida por unos ideales de mejor existencia terrena para sus descendientes. Tras tres años de muertes, a uno y otro lado de las trincheras, cautivo y desarmado el ejército rojo, se decretó el final de la Guerra Civil con la victoria oficial del ejecito no partidario del sistema de gobierno que las conjuras políticas habían trazado.
Alejados setenta años de aquel acontecimiento, cuando el recuerdo es senectud y triste pesar adobado en cerrazón e irresponsabilidad intelectual, ante el creciente intento de avivar los rescoldos de la confrontación con las mismas metas que los movieron hace casi un siglo; utilizando, otra vez, la mente de personas de noble y limitado raciocinio, surge el pensamiento:¿Quién ganó aquella guerra?
Ganaron los otros. Esos cientos de miles de hombres anónimos que murieron pensado daban su vida por lo que les prometían desde la propaganda política. Sus deseos, o el destino, los que les habían colocado en el bando en el que morían, se fueron cumpliendo y superando durante los 50 años siguientes. Esos ideales laborales y sociales, por los que habían muerto: un trabajo más seguro, mejor remunerado, un subsidio de paro digno, el derecho a una jubilación con su salario completo, mejoras en la consideración social de obrero, una asistencia sanitaria pública...una vida mejor, comenzaron a cumplirse a partir del segundo año de finalizada la guerra. No pararon de acrecentarse durante medio siglo, superando, con creces, aquellos regímenes implantados bajo las batutas políticas ofertadas “desde el Este” ¿Es ganar conseguir aquello por lo que se lucha o se muere? ¿Ganaron porque perdieron?
Perdieron, oficialmente, esa Guerra Civil aquellos que utilizando al ser humano, ideales sociales como banderín de enganche, esperaban implantar un sistema de poder que les permitiera perpetuar su forma de dominio del hombre por el hombre. Perdieron la guerra los políticos, los embaucadores desde los despachos y las arengas, los expectantes de escalar poder y prebendas arropados en unas siglas, que el resultado de una guerra les arrebataba...incluso los que murieron, a uno u otro lado, sin tener una idea clara del porqué estaban ahí. Los ganadores implantaron su sistema social de convivencia que, con el transcurso de los años, fue adquiriendo gran parte del escaparate de los derrotados. Nada nuevo en la historia de la humanidad desde que el homo sapiens comenzó a vivir “en sociedad”.
El Racionamiento, El Auxilio Social, El 18 de Julio, la protección del trabajador frente al despido empresarial, frente al desempleo, la protección del inquilino frente al casero, la asistencia sanitaria gratuita y un largo etc. dió al obrero, re-denominado productor, aquello que, en España, indujo una guerra fraticida. Durante medio siglo posterior alcanzó cotas que solo su paulatina disminución o anulación, desde la llegada de la democracia, ponen en evidencia. Las ahora denominadas, y demandadas, reformas estructurales van hacia la limitación de aquellas concesiones laborales promulgadas durante la dictadura por los que ganaron una guerra promovida, según los perdedores, contra ellas. ¿Pudieron ser conquistas del socialismo en una férrea dictadura en la que, según dicen, quien asomaba un dedo hacia la izquierda se lo cortaban? ¿O han sido conquistas de la sociedad, de la evolución social del ser humano en ese paso del tiempo que no precisa de guerras ni de promesas ideológicas, incluidas las religiosas, para que continúe su marcha? ¿Los trabajadores de países que han vivido bajo el otro régimen político que enfrentó dos Españas, han alcanzado más derechos sociales?, ¿han vivido mejor o peor este medio siglo? Ganaron los que buscaban el progreso social; perdieron los que lo utilizaron con otros fines. ¿Conquistas sindicales? ¿De aquellos sindicalistas ataviados con camisa azul y guerrera blanca, fervorosos del régimen vencido en la guerra? No. Han sido conquistas del tiempo. Posiblemente aceleradas o acompañadas por todos los que, en uno u otro lado, sin saber el torcido camino que iban a recorrer, dejaron su vida para que llegaran.
Desde Bismarck (s. XIX) hasta el siglo XXI casi todas las mejoras sociales implantadas en Europa han sido promovidas por gobiernos calificados de derechas, mirando de reojo las demandas sociales vociferadas por la izquierda. Finalizaba el siglo XX con el declinar de su apogeo, y comenzaba el XXI con su decadencia y sus recortes: en las pensiones, en la capacidad adquisitiva de los salarios, en los derechos individuales, en las prestaciones sanitarias... las “reformas estructurales” necesarias para que la convivencia social pueda continuar, siendo adoptadas por gobiernos con periclitada denominación de izquierdas o de derechas, sin necesidad de interponer una nueva guerra. Las trae el fracaso de las premisas erróneas, la evolución social, la creciente corrupción, la explotación del hombre por el hombre: antes patrón, ahora político. Nadie debería utilizarlas como señuelo reivindicativo sino como consecuencia de errores y desvíos a corregir: a no repetir.
Aprender de la historia es poner a su memoria sordinas a conocidos, atrayentes, cantos de sirena, aunque suene algo diferente su letra.
Mlopezfranco. mayo 2010