Puede se ésta la gota que colma un vaso y comienza a desparramarse.
Treinta años oyendo mencionar el progresismo a la progresía, a la antigua izquierda, adalid del nuevo desarrollo, del modernismo, del progreso. Veinte años gobernando España; nadie pregunta ¿En dónde se nota? ¿Cuál es ese progresismo? ¿Hacia donde va? ¿Amplia o cercena la libertad individual? ¿Se insinúa en general o muy selectivo y seleccionado?
Cuando comenzaba el siglo anterior llegar desde mi pueblo a la capital, recorrer 60 km, ocupaba todo un día. Solo circunstancias muy especiales obligaban a hacer ese viaje. Unos años después, casi la totalidad de los habitantes de mi pueblo, utilizando el ferrocarril y los servicios de una furgoneta en la que el número de plazas se acomodaba siempre al número de personas que descendían en el apeadero distante 15 km de mi pueblo, ese mismo recorrido podía hacerse en una mañana. A partir de la segunda mitad del siglo, con la llegada y expansión del automóvil a casi la totalidad de los habitantes de mi pueblo, podía hacerse el mismo recorrido en menos de una hora. La industrialización, empresarios y gobiernos anteriores, comenzaron a utilizar esa facilidad en los desplazamientos para crear los emplazamientos calificados de dormitorios y de trabajo; distantes unos de otros, a veces muy lejanos…Y el progreso, sin calificativos, cambió la vida social.
¿Es progreso, modernidad, comodidad, libertad; la velocidad y su más popular medio de transporte: el automóvil? La reducción obligatoria, la limitación de la velocidad, ¿será, por oposición, regreso?
Ésta, cronológicamente última faena política: reducción de la velocidad máxima en autovías y autopistas a 110km/hora, es un ejemplo de las falacias lingüísticas que todavía utilizan, creen, o ambas cosas, millones de españoles. Afecta a la mayoría de la población trabajadora, a los que precisan desplazarse diariamente 50, 80 o 100 km para acudir a su trabajo con el método más cómodo, útil, y a veces el único, que se les ha dado: su propio automóvil. Es, más que un medio lúdico una forma de trabajo. No son todos los españoles, por supuesto, pero sí una significativa mayoría que paga, en tiempo y dinero, la ocurrencia, la oculta finalidad gubernamental, con más visos de velo político, y certeza recaudatoria, que con el progreso que dicen abanderar…Y siguen muchos, creyendo en el progresismo gubernamental.
Desgraciadamente los desplazamientos han pagado, y siguen pagando, un precio humano, se viaje en tartana o en coche, ¿No volcaban los carruajes? ¿No se salían de los caminos y caían por precipicios? El progreso ha sido, hasta ahora, aumentar la velocidad sin incrementar los riesgos o disminuyéndolos. Siempre que se midan en porcentajes sobre el número de personas que se desplazan. No como lo hace nuestro actual gobierno que los compara en números absolutos.
Tampoco debería ser progreso poner carteles de reducción de la velocidad o de aviso de “zona de concentración de accidentes” en los lugares peligrosos; sino el corregir los errores cometidos en el diseño o en el planteamiento, o en la construcción de esa carretera que la hacen peligrosa.
No debería ser progreso, colocar los controles de alcoholemia a 6,8, 10 km de los lugares de expansión o de los pueblos en fiestas; ignorando los posibles desastres circulatorios en ese recorrido en favor de una estrategia recaudatoria. Posiblemente sería más progresista que los controles de la Guardia Civil se colocaran en los aparcamientos de esos lugares e hiciese las mediciones alcoholimetricas antes de permitir coger el coche.
No es progreso, sino lo contrario: regreso, reducir la velocidad al amparo de la economía general del país; o de cualquier otro subterfugio que sigue ocultando una falta de capacidad mental para actuar en pro del verbalmente monopolizado progreso; sin valorar la libertad del individuo; sin saber diferenciar lo que es el progreso, de lo que es retroceso: volver hacia atrás, sin nada a cambio.
marzo 2011