Puede que haya pasado más de un siglo desde que los inventores de frases y palabras impactantes en la masa del público idearon alimentar el fuego de la contestación social con la soflama de la igualdad.
¡Todos iguales¡ Igualdad natural, Igualdad fisiológica, Igualdad social, Igualdad económica ¿Iguales en todo, o en qué? Inoportuna pregunta, más bien quisquillosa; ahora retrógrada... eso retrógrada. Complemento adecuado en una función demagógica que poco precisa para convencer, en sobresalto mitinero, a un público de parco raciocinio.¡Todos iguales!¿así hemos pasado decenas de años que llenan más de un siglo.
En todos esos años la depuración acumulada durante el paso de las generaciones, nos va dejando decantada la única finalidad que tiene la mención de la igualdad sin adjetivos en todo el que pronuncia más de dos palabra con rememoración política.
La naturaleza creó signos visibles que diferenciaban los seres humanos, los hacían inconfundibles: las huellas dactilares, el ADN; imposibles de alterar, que diferencian no solo las personas, sino los sexos: masculino y femenino. Actualmente, entre los 7 mil millones de habitantes de este planeta no hay dos personas idénticas, clonadas. Hasta ahora no ha aparecido el momento en el que por virtud de las acciones políticas de unos esforzados visionarios, en la humanidad no haya diferencias fisiológicas entre los seres humanos. Ese mundo feliz que proponía Aldoux Husley en su novela: todos los seres humanos iguales, clonados por grupos según sus funciones programadas de antemano por seres superiores. Así es que esa primera deseada igualdad natural, fisiológica, se ha descartado como necesidad en la búsqueda de la felicidad a través de la igualdad.
Vislumbrado ya como lejano y posiblemente fallido ese intento, llevamos medio siglo intentando bucear en cosas más humildes: en la igualdad social o en la igualdad económica.
La igualdad social es meta deseable por la mayoría del mundo occidental, y alcanzable según el aspecto de ella que se mire, pero se compagina mal con la tiranía de las leyes. Su avance llega con más facilidad a través de la ampliación de la cultura; de la cultura social como fondo existencial de la persona no como acumulo de conocimientos. La igualdad social es el respeto al individuo, al ser humano, sin distinción entre masculino o femenino; y este respeto entronca con su libertad. Sin libertad no se puede generar autentica igualdad. De ahí la lentitud en su llegada; y la ineficacia de las asociaciones que vociferan su búsqueda. Buscando la igualdad se pierden en aberraciones que crean nuevas desigualdades sociales. Si buscaran esta igualdad a través del respeto al ser humano, al individuo, como fruto da la cultura obtendrían esa deseada igualdad social. Este respeto ha de iniciarse desde la educación primaria respetando la voluntad del individuo, o de sus padres en los primeros años, comenzando con la libre elección de colegios y de asignaturas y siguiendo con el respeto al profesor como docente y como individuo; no por ley sino por consideración a su situación social
Con visión borrosa los tiros no aciertan en la diana de la igualdad económica que desde hace un siglo algunos pretenden implantar en la sociedad sin incluirse los patrocinadores. Van desviados o los desvían sombras interpuestas... más bien no dan una. Siempre acaban, desde hace un siglo, en un totalitarismo muy alejado de la igualdad; y la inanición económica que crean acaba con su propio deceso. Mucho parece ser que esta forma de igualdad económica preconizada, siempre se apoya en las premisas de un pensamiento político que a principios del siglo XXl empieza a parecer trasnochado. Sólo se mantiene vivo en países donde la galopante corrupción que cabalga desde hace casi dos siglos le regenera. De ahí que ahora reviva en España tras 80 años de disimulado letargo.
Posiblemente esa intencionada interposición ante la diana sea la matización que hace medio siglo introdujeron los mismo partidarios viendo tambalearse el futuro de la sugerida igualdad inicial: doblaron la adjetivación: igualdad en la diversidad. Pero este matiz suena raro, es una antitesis, ¿ hemos tomado el rábano por las hojas?. Si somos diversos ¿Cómo vamos a ser iguales? O es una simulación que oculta la primitiva finalidad de hacer iguales a los diversos. Aquí reside la intencionalidad de persistir en la finalidad única de la primitiva igualdad económica buscada: dar otra dentellada a las libertades del ser humano. Poder el Estado decidir en qué se va a ser iguales y dónde se va a permitir la diversidad. Este discernimiento es el que viene ocupando a todos los estados, los europeos fundamentalmente, porque no tienen slogan alternativo que suene mejor al pueblo destinatario del slogan anterior; ésta es la cavilación y origen de las pequeñas diferencias que surgen entre sus formas de promulgar leyes. En España, en ese respeto a las libertades económicas individuales, estamos en el puesto 31 de la clasificación mundial y en el 17 de la europea.
Nuestros planificadores y mentores de la convivencia social están condicionando el superar a una persona por su Documento Nacional de Identidad. DNI que se entrega en el banco, en la hacienda, en la sanidad, al viajar en cualquier parte de esa inmensa administración que poblando todos los aspectos del vivir nos controla hasta los suspiros. Tu DNI es más importante que tu persona. Con ese número, estampado sobre tu persona, donde se guarda lo que dicen que vales te abren puertas, iluminan estancias, te estabulan con los que han considerado semejantes; entran en tu vida, en tu patrimonio, en tus compras y ventas. No eres persona eres un número que te diferencia en la sociedad. Eres, al fin, un número exclusivo en el que los valores personales no caben entre sus guarismos.
Y esto se repite tantas veces cada día que nos llega a parecer tan normal, tan necesario, que te reconcilias con las normas y hasta las aplaudes. Se nos está haciendo olvidar al individuo; lo que es una persona, su dignidad, su sentido del honor, su voluntad, su relación con el trabajo, sus vivencias familiares, su raciocinio, sus gustos, su forma de vivir, todo lo que nos lleva a diferenciarnos socialmente, a ser diferentes, diversos, se resume en el DNI El futuro programado pretende hacernos socialmente iguales, con el mismo DNI; diverso exclusivamente en su numeración y nada más.
Así, amparado por la menguada capacidad intelectual de un gran número de españoles, este galimatías, “iguales en la diversidad”, tiene posibilidades de futuro mientras persista una sociedad aborregada: como es genéricamente, la sociedad española.
Estamos inmersos en ese intento de hacernos iguales económicamente; olvidados de los ricos que acumulan la riqueza universal y que solo utiliza el Estado como florero en discursos; y, sobre todo, de los que viven como ellos utilizando la menguada riqueza de todos los subordinados a las directrices estatales.
En el trípode sobre el que nació la necesidad del Estado se encuentran la defensa de la propiedad privada y de la libertad, como patas sin las cuales el estado se derrumba. Ahora, como a quien pilla de paso hacia otras metas, se pretende cambiar ese concepto fundacional del Estado simulando que se va a seguir siendo el mismo trípode pero evolucionado, mejorado: cambiar esas patas sin que se note el engaño, el cambiazo... Sin que se caiga el Estado.
Las metas, las diversas opciones, los caminos de la economía, las diferencias, las necesidades, ya no las marca la búsqueda de la libertad y el respeto a la propiedad privada o a la honestidad de las personas sino que las están marcando la persecución de la grandeza de los Estados; quienes obligan, o condicionan por ley, a seguir sus directrices. Su actual misión ha olvidado la protección de la propiedad privada y la libertad del individuo y se dirige a ver dónde pueden permitir cierto grado de diversidad ente las gentes, entre el pueblo, sin que altere sus finalidades estatales. Ley tras ley, año tras año, no importa el partido político en el Gobierno, se van acotando las posibilidades decisorias sobre la propiedad privada generada tras años de sacrificio y ahorro llevando al ciudadano a tener que dedicar sus dineros, sus ahorros, su hacienda, su herencia, tras haber pagado múltiples impuestos sobre ellos, a aquella finalidad que el Estado pretende, o cederlos directamente al Estado en su totalidad con la finalidad “social” de redistribuirlo según criterios ocultos en los que participan economías más poderosas que la del despojado. Es la meta: la confiscación de la propiedad privada... respetando las super-fortunas
Nunca se ha oído hablar, de la redistribución del poder ni mucho menos vociferar en la plaza pública, de la redistribución del trabajo; redistribuir el trabajo, generar ganancias, riqueza, que posibilite el crecimiento económico individua. ¿Por qué se adormila a la sociedad con la distribución de la riqueza y no con la redistribución del poder? Acumular poder siempre ha acabado generando riqueza.
La meta del sistema de gobierno occidental es la redistribución de la riqueza ya generada; la que ha ido a parar a manos de “clases medias” que han cometido el pecado de acumularla. Redistribuir esa riqueza desde el Estado que es quien decide, o condiciona con leyes e impuestos, las decisiones sobre la legal propiedad privada: el reinvertirla cómo, a quién y dónde. A esto le llaman función social. Que es la forma de justificar la voracidad que deja escuálido al sacrificado ahorrador. El círculo vicioso que se repite a través de los siglos: cuanto más Estado más impuestos, menos riqueza individual, cuanta menos riqueza individual más supeditación a las donaciones del Estado. Así han llegado a cambiar la guía intelectual de las funciones del Estado. El Estado se ha excedido en sus funciones y la medida de este exceso es la medida del totalitarismo al que tiende y del que pretendemos huir los ciudadanos.
En ese estado que vislumbra una búsqueda de igualdad a través del totalitarismo, donde se pregona a diario el “que pague más quien más tiene” debe oponerse el “que tenga más posibilidades de trabajo, de ganar más dinero, de hacerse rico (si quiere), el que menos tiene”. “Poner fin al siglo de la redistribución de la riqueza” “Decir si a la redistribución del poder”. Resucitar a Montesquieu y engordarlo.
Se debería buscar la igualdad económica a través del trabajo respetando la libertad, el mérito, la capacidad lograda con el sacrificio y los valores humanos del individuo. A ese estado le correspondería exclusivamente dar las posibilidades para que se cree esa oferta de trabajo; y evitar “la explotación del hombre por el hombre o por el propio Estado” (Juan Pablo II)
Miguel López-Franco Pérez. Noviembre 2014