Allá por la década de los años 80 del siglo pasado, un informe sobre la sanidad, emitido por la O.M.S, tenía entre sus conclusiones una que dogmatizaba: alcanzado cierto nivel de bienestar en la salud de una población, todos los gastos añadidos no mejoran la salud general de esa población. Fue emitido en los años del crecimiento económico y rápidamente pasó al olvido, no se quería oír. Gastar más en salud si no era rentable social o económicamente lo era en votos al partido político en el candelero. Por lo tanto, lo únicamente, importante, era la cantidad de gasto. La oferta.
Lo mismo ha ocurrido con otra pata del trípode de los valores sociales: la educación. Sigue anclada en la cantidad de dinero que se dedica a ella; que aparece ligada, únicamente, a la calidad. Los sindicatos, que, en España, viven y son correa de transmisión política, se manifiestan contra los recortes docentes uniendo esos recortes económicos a la calidad; no han evolucionado al cómo y dónde se gasta, afortunadamente ahora prioritarios a las necesidades de cantidad.
En algún informe periodístico he leído que la crisis económica en los EEUU (en España tardaremos algunos años en darnos cuenta) puede ser una bendición para las escuelas ya que ha obligado a aprender a diferencia los dudosos beneficios de los incrementos en la cantidad del gasto, de los beneficios de saber el cómo y dónde se canaliza el gasto; detectando que en este nuevo panorama juega un papel predominante el esquema de incentivos que es, debe ser, el que corra paralelo con la calidad del profesorado. Curiosamente, según Eric Hanushek, una de las autoridades mundiales en economía de la educación, los malos profesores tienen un impacto significativamente negativo sobre sus estudiantes y la economía en general, mayor que la cantidad de dinero gastado en la educación.
La medicina es, aunque algunos médicos no lo crean, una ciencia inexacta y saber quien es buen o mal médico tiene un espectro de valoraciones muy amplio: desde un extremo al otro; lo que ha contribuido a darle su adjetivo de liberal. Algo que están pretendiendo obviar imponiendo los protocolos: procurando que todos los médicos sigan estrictamente los mismos pasos, lo que justificaría los mismos sueldos, y misma categoría laboral. La cuadratura del círculo. El problemas es que este proceder anularía la esencia de la medicina antes de que alcanzara exactitud matemática total, y es inconteniblemente caro; consecuentemente ineficiente aun sin mencionar la iatrogenia que genera, a la que, interesadamente, nadie tiene en cuenta ni de cara al gasto que genera ni de cara al daño a los pacientes.
Así es que algo parecido nos va a pasar en la sanidad; seguimos en la cantidad del gasto como único valuarte de la calidad. Seguimos con las mentalidades “izquierdosas” del siglo pasado dando por bueno que el gasto total del Estado es lo importante (porque es el lago donde mejor pueden pescar los ineptos); sin preocuparse del endeudamiento; sin valorar como y donde se gasta: que es donde, a su pesar, se va a mover la economía en los próximos años.
Es la evolución; la que hace tambalearse también la otra bandera de la izquierda: lo público frente a lo privado ¿Es público porque lo hacen y dirigen costosísimos departamentos estatales o es público porque se hace con dinero público? Además del progreso que significa este simplificado planteamiento hacia las libertades del individuo, algo que nunca han querido ver las envejecidas izquierdas, ahora emerge con embozo y premisa diferente: ¿Qué es más barato?.
Bajo el paraguas de la modernidad, con el eslogan “la calidad es cara”, se han cobijado un número creciente de parásitos estatales que han convertido los costes productivos en lo público, y en lo privado por la vía de los controles estatales, supervisiones, permisos y demás burocracia, en insoportables; en cuanto la crisis poblacional y económica han llegado a converger. Algo previsible desde hace lustros pero refutado durante el siglo del socialismo.
¿Están evolucionando las estructuras sanitarias españolas hacia el irremediable cambio?
Cambian los Consejeros autonómicos y cambia el partido que representan; pero son rejuvenecidos clones de épocas superadas, que delegan el progreso en muy experimentados de corta inteligencia, cuya consecuencia es la continuidad remozada de novedad, sin tocar los circuitos de las personas y los euros. Y así, con pequeños pasos y esporádicos cambios, más impuestos externamente que fruto de la mollera, hemos ido tirando hasta ahora; donde nos encontramos con el ¿Cómo? y ¿Dónde? preferentes a la cantidad del gasto. Y no lo quieren ver. No están preparados para ello; ya no es el repartir sueldos y puestos de trabajo, por estamentos sociales y proximidades, valorando el puesto jerárquico, o político, por encima de las capacidades y productividad del individuo; ni son las gerencias piramidales, sino los incentivos al individuo; ya no es decir a los súbditos donde deben acudir, sino ofrecer a los ciudadanos abanicos de posibilidades donde poder elegir: prestaciones y costes. Y en esto no hay, en España, “experimentados”.Llevamos setenta años tocando variaciones sobre la misma música.
Aunque se resistan y no lo crean, todavía caminamos en el nuevo siglo con zapatos del anterior y reminiscencias del precedente.
Miguel López-Franco Pérez. Noviembre 2011