Unos con mayor velocidad que otros, todos partimos hacia la muerte desde que llegamos a la vida; sólo caminamos hacia la vida hasta que nacemos; y todos llegaremos algún día a esa frontera donde se sitúa el final de esta segunda etapa. “Vivir es defenderse de la vida que nos va matando”; decía G. Marañon, confirmando la continua lucha que mantiene cada individuo contra los procesos que ininterrumpidamente intentan darle muerte. En ese bélico deambular vamos dejando, senderos que vamos haciendo al andar por donde nunca volveremos a pasar y que nadie volverá a pisar.
Vivir es lo que hacemos, lo que material o intelectualmente vamos haciendo, lo que hemos poseído, lo que nos forma, lo que nos rodea, lo que nos da fuerza para seguir viviendo frente a la vida: los corajes, los anhelos, los sudores, las angustias, las preocupaciones, los desencantos, las ilusiones, las esperanzas, las amistades, la familia, los conocidos, y lo que desechamos porque fue nuestro o estuvo próximo a nosotros y, con mayor o menor fuerza, lleva impreso algo nuestro. Los desperdicios de nuestra vida son también nuestra vida. Si nos arrebatan, roban o quitan, aunque sea eso que despreciamos, nos quitan algo de nuestra vida. Vivir es cantidad de sentimientos. Quienes escasean de sentimientos se defienden mal frente a la vida… y no viven.
No se puede vivir sin lo que hemos ido haciendo en el camino, sin nuestro pasado, porque lo que hemos ido haciendo es lo que somos. No son las posesiones materiales lo que es nuestro vivir sino lo que ponemos, y hemos puesto, en ellas. Esa unión emocional que se afianza y crece, en egoísmo o en bondad, con el paso del tiempo, que no es la vida; es el vivir: nuestro vivir.
Por imperativo fisiológico dedicamos un tercio del vivir al mantenimiento del equilibrio físico de nuestro cuerpo: comiendo o durmiendo; y por necesidad e imperativo social solemos perder otro tercio solapando esa gran porción del vivir dedicada al trabajo con nuestra forma de luchar frente a la vida.
En este vivir, castigo o mandato bíblico de ganar el pan con el sudor de la frente; respetado como necesario hasta por los que reniegan de todos los credos; es penitencia en la medida que se hace ajeno, contrario, distante de los sentimientos. Si no lo integras en tu vivir y no lo haces, o no puedes hacerlo, que sea parte de tu vivir, no es tuyo, no vives en él, y se convierte el vivirlo en parte de la vida contra la que luchas.
Por eso, las macro-empresas, las multinacionales, la burocracia, el Estado, los monopolios, los sindicatos,… todos cuento manejan el vivir de las personas despersonalizándolo, son espejismos del progreso humano en la medida que lo alejan del vivir con la engañosa cobertura de que son la vida; obligan a pasar la vida en ellos sin vivirlos. Impidiendo nuestra impronta en ellos, conforman así anodinos y amorfos vividores frente a la vida.
Desertando de ese vivir se llega al divorcio laboral, en el que cada vez mayor número de personas convierten en anhelo, en delirio, el lograrlo: alcanzar la jubilación como liberación del vivir. Porque han pasado un tercio de su vida junto al trabajo, y no han convivido con él. Han vivido en él, y de él, sir estar en él. Por eso obtienen ventaja y jubileo llegando a la jubilación; porque obtienen la liberación del tiempo emocional secuestrado, y paulatinamente más consciente de haberlo perdido. ¿Cuántos de los vivientes en España en una de las profesiones más vocacionales que existen, como es la medicina, no están llegando al final de sus años con este pensamiento y deseo?
Y para los pocos afortunados que viven con su trabajo, llega la jubilación forzosa. Les imponen ese divorcio; una separación obligatoria de esa parte de su vida en la que han caminado durante muchas horas, muchos meses, muchos años. Y por eso la designación, creada por la moderna humanidad que señala una cifra, política y arbitrariamente elegida, como supuesta cota de utilidad alcanzada, se hace inhumana, y tira al montón de los desperdicios esa parte del vivir, que ha sido vivir porque ha colaborado a ir defendiéndose de la vida; y la cubren con el alegre canto convertido en cuento, de una bien ganada jubilación. Ignorando que diste la mejor parte de tu vivir y callando: porque solo eres una pieza que se reemplaza; porque te creemos consumido…, porque aunque tu mente sea más sabia tu vivir comienza a marrar frente a la vida; porque tu final se supone próximo.
Así, voy viendo que al ir muriendo se le llama vida, gobierne quien gobierne; que fuimos libres y anduvimos hacia la vida solamente antes de nacer; que el vivir es defenderse continuamente de la vida en que te han metido; y que, desde hace muchos siglos, el vivir sigue convertido en cuento a añadir a los que ya había visto el poeta León Felipe cuando cantaba… “Digo tan solo lo que he visto… Y he visto:… Que el llanto de angustia del hombre lo ahogan con cuentos…Que los huesos del hombre los entierran con cuentos…Y que el miedo del hombre ha inventado todos los cuentos”…Así morimos viviendo con los miedos que acunan los cuentos.
Miguel López-Franco Pérez / Marzo 2012