Ahíto de ver sobresalir la envidia por encima de la amistad; la avaricia sobre la honradez y la egolatría sobre la humildad, vuelven a mi mente antaños filosofares sobre el don más preciado que el ser humano ha recibido: el pensamiento, cuna donde nacen todos los sentimientos.
Busco en las fuentes modernas que se balancean en el pensamiento; recurro a los últimos filósofos, y no me sirven: se han aproximado a las modas del siglo: Jürgen Habermas( nacido en 1929, premio Príncipe de Asturias en el año 2003) que vivió el esplendor de las teorías socialistas, dice que el espíritu es de izquierdas; otros han ido cambiando, evolucionando, desde la acomodación en esos planteamiento de la izquierda al conservadurismo, como Max Horkheimer ( fallecido en 1973) para quien el espíritu es liberal. Solo un filósofo, un aficionado a la filosofía, tras gastar su vida en la magistratura, Angel Cristobal Montes (en plena lucidez mental en el cambiar de siglo) me aproxima al sentimiento que busco: libre, por encima de las ideologías en boga durante el siglo pasado, al afirmar que el espíritu es sensibilidad. Porque la sensibilidad crea, es origen o está, junto a los sentimientos y requiere, como el espíritu, una libertad que se trunca cuando la voluntad comienza a deslizarse hacia alguna de las ideologías que durante el siglo pasado coparon todo el arsenal del pensamiento sin aportar enmienda alguna al discurrir malévolo; han buscado alejarlo de su dependencia de los sentimientos, intentando conformar espíritus dependientes que rápidamente desembocan en la avaricia, la envidia, la egolatría... o en un popurrí de todas ellas.
No es un deseo de trascendencia sino la preocupación personal por una vida que recorro intentando mejorarla, lo que me lleva a buscar una forma de alertar sobre el retroceso que supone, en la consideración de ese ser vivo como humano, el abandono del cultivo y del respeto a los nobles sentimientos. Cuando no aparece la placidez ante sus torcidas actuaciones.
Entre esos miles y miles de cuerpos celestes que nos rodean o que forman la nuestra u otras galaxias, hoy por hoy, solo hay uno, la Tierra, en la que hay ríos, mares, bosques... vida: multitud de seres vivientes. Y entre ellos únicamente el ser humano tiene esa capacidad de pensar con absoluta libertad. Don que ha sido la causa de todos las bendiciones y de todas las desgracias A través del pensamiento ha podido diferenciarse el hombre, el ser humano, tanto del resto de los otros seres nacidos en ese mismo universo que ha conseguido salir al cosmos, explorar otros planetas a millones de kilómetros, descender a las profundidades de los océanos, enviar imágenes a través del aire... y sobrevivir a los continuos intentos de su control total; aunque ese espíritu que nutre y da vida al pensamiento siga siendo uno de los mayores enigmas de la humanidad.
Todo gira, para bien y para mal, en torno al hombre por obra de su pensamiento. Todos los restantes seres del universo carentes de razonamiento actúan a impulsos, a reflejos condicionados, aprenden, pero no razonan sobre lo aprendido... y así no pueden discernir... ni mentir. Esa es la diferencia, creada en el lado oscuro del razonamiento que va creciendo intentando anular el desarrollo intelectual. Los que en clasificación cristiana llamamos pecados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, envidia, ira, gula y pereza son frutos del espíritu al que arropa su capacidad de mentir de tergiversar los acontecimientos, las situaciones, los resultados...todo; ensombreciendo las bondades del pensamiento; alejándonos de la creencia de haber sido hechos a semejanza de lo que creemos es Dios y alejándonos de la idea de que hechos en cualquier forma de haberlo sido, hemos sido dotados, como todos los seres vivientes en sus orígenes, de libertad. Libertad que va adquiriendo tintes especiales cuando la amolda el pensamiento.
Desde los primeros homínidos que poblaron la Tierra siempre ha abundado la tendencia en esta especie pensante a restringir la libertad ajena en beneficio propio o de un grupo seleccionado. Con el recurso a la mentira no sólo se enmascaran los pecados capitales, que cada persona atesora, sino los comportamientos colectivos que sirven los intereses capitales de esos personajes, tanto que han configurado nuestro vivir desde hace unos cuantos siglos, mellando constante y gravemente la libertad individual.
¿Es posible reencontrar ese eslabón perdido en el encadenamiento del pensar con los comportamientos, que hizo a ese ser, nacido tan libre como el resto de los seres creados,llegar a ser humano?
Miguel López-Franco Pérez.- septiembre 2013